martes, 10 de enero de 2017

Pequeño acto de rebeldía

Hace poco tuve un pequeño acto de rebeldía. Tenía que trabajar pero estaba cansada, malhumorada. Era uno de esos días en los cuales la vida pesa. De todas formas seguí el cronograma planteado y me fui a correr al gimnasio, porque se supone que hay que ejercitarse y verse bien. Hice todo el ritual: el agua, la música, la programación de la cinta. Normalmente este es un espacio de descarga, un momento de disfrute sólo para mí, pero ese día no lo era. A los pocos minutos ya me sentía cansada pero seguí adelante a fuerza de necedad pura, hasta que me dí cuenta que no quería estar en ese lugar en ese momento.

Apenas diez minutos después de haber llegado, ya me estaba yendo. Cambié correr en la cinta hacia ningún lado, por un café y un muffin. Así fue que terminé sentada a media mañana, un día de semana, en un café frente a una plaza. Abrí mi libro y me puse a leer, con calma, sin apuro y con la sensación de que era millonaria porque estaba gozando de un lujo que muy pocas veces parece posible: detener el tiempo.

Mi pequeño acto de rebeldía no cambió el mundo, pero cambió mi día y la sensación de que la diferencia entre estar de malhumor y sentirme completamente feliz estaba en mis manos.

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